Hoy ha caído una lluvia de mil pares de cojones, creo que hasta el alma tengo calada, me duelen los huesos y mientras escribo ésto noto como mis dientes castañetean y repiquetean como si en mi boca hubiera una jodida batucada. Pero no quiero que se me olvide nada, quiero anotarlo todo, no quiero que se pierda nada.
No he podido averiguar absolutamente nada sobre las joyas, ni su procedencia, ni quien las robó, ni tan siquiera la utilidad de las mismas, pero todo apunta a que me estoy acercando demasiado, a que ésto es algo gordo.
Hoy me ha llamado mi madre… Fernándo ha muerto, han precintado su casa y nadie puede ver el cadáver, he logrado ver como una furgoneta de A.Z.E. se llevaba el cuerpo sin vida, vamos a enterrar una puta caja vacía. No debí hablar con Fernándo.
Es cierto que el día en que nos vimos, lo vi agitado, con unos ojos vacíos, asustado y más prepotente que de costumbre, lo notaba distante, no quería que husmeara allí, no quería hablar sobre joyas, ni sobre familias elitistas, aunque se haya pasado media vida haciéndole la pelota a las mismas.
Creo que voy a hacer una pronta visita a los despachos de Industrias A.Z.E. y a que me muestren el cadáver de mi amigo… No puedo creer que esté muerto, me niego a creerlo.
Joder que frío…voy a darme una buena ducha caliente, nos vemos pronto viejo amigo.