Hoy me ha despertado el repartidor, siete toques de timbre han martilleado en mi cabeza hasta casi envolverme en el delirio más profundo y desolador de mi existencia.
Le he abierto con pintas que avergonzarían al más ruin de los vagabundos echados a las calles por el alcohol y el caballo.
Me ha entregado un paquetito y lo he despedido con un ligero portazo, con la mirada aún turbia y los ojos pegados.
Mientras oía aún resonando el timbre en mi dolorida cabeza he arrojado el paquetito a la mesa y mientras me echaba en el sofá, he escuchado como algo se rompía, se quebraba dentro del paquete.
Al abrirlo una nota de Fernándo envolvía un colgante de cristal, el cuál tenía uno de sus abalorios quebrado, bien por el impacto, o por el vaivén durante el viaje, quien sabe.
Puto Fernándo, no deja de sorprenderme ni muerto, en su nota podía leerse:
«Amigo, vas por el camino acertado, el mundo se está volviendo loco, las joyas de los muertos jamás deberían ser presentadas sobre la piel de los vivos, aunque ahora los vivos parezcan estar más muertos que vivos, con su burda tecnología, sus precarios trabajos y sus horarios cíclicos apagándolos día tras día. En cambio los muertos parecen estar cada vez más vivos. Creo que me están siguiendo y que quieren acabar conmigo, tengo en mi poder unas joyas que no debería de haber cogido, esta noche han entrado en casa y se las han llevado, solo me queda ésta que te mando, es importante y su poder no conoce límites más allá de la recta línea de la vida. Ten cuidado viejo amigo y no te fíes de los negros trajes ni de las blancas batas pues tras ellas solo hallarás sangre, dolor y muerte.
Tu amigo Fernándo.